Página:Una excursión a los indios ranqueles - Tomo II (1909).djvu/253

Esta página no ha sido corregida
— 249 —

. 249 contestó que sí; le despedí y pasé al toldo de Mariano Rosas.

Varias veces, Lo que los indios decían de Camilo era ciertosiendo soldado raso, midió sus armas con los indios, mató algunos, hirió á un capitanejo muy mentado y á otro lo tomó prisionero.

Yo estuve por no llevarle conmigo.

Pero tenía tanta confianza en él, me era tan útil en el campo, por su instinto admirable, que prescindí de los antecedentes referidos y lo agregué á mi comitiva.

Por supuesto que para acabar de probar el temple de su alma, antes de darle la orden de aprontarse para marchar le pregunté si no tenía recelo de ir conmigo á los indios, á lo cual me contestó:

—Señor, donde usted vaya voy yo.

—¿Y si los indios te conocen ?—le observé.

—Señor—repuso, yo no les he peleado á traición.

Entré en el toldo de Mariano Rosas.

Estaba con visitas.

Todos eran indios conocidos, excepto uno en cuya cara se veía una herida longitudinal que si hubiera sido más oblicua, lo deja sin naricesnunca, Mariano Rosas me recibió con más afabilidad que después de preguntarme si ya estaba pronto, me dijo, señalando al indio de la herida:

—¡Lo conoce, hermano?

—No—le contesté.

—Ese sablazo se lo ha dado Camilo Arias—agregó.

—Eso tiene andar en guerra—repuse.

—Es verdad, hermano—me contestó.

Oyendo una contestación tan razonable, le referí lo que acababa de decirme Camilo Arias.

No me contestó.

Habló con las visitas, levantando mucho la voz; las