—¡Para el Toay?
—Sí, y dice que va á buscar ovejas á la provincia de Buenos Aires, porque están á muy buen precio en Chile.
—; Pícaro!—exclaméi Es muy pícaro! exclamó él.
Seguimos callados.
Al rato me dijo:
—¿A qué hora es la marcha ?
—A las cuatro—le contesté.
Seguimos callados.
Por fin me dijo:
—¡Y dígame, hermano, usted qué me encarga ?
—¡Qué le encargo?
¡Sí!
—Que se acuerde en todo tiempo de su compadre.
Y esto diciendo me levanté y salí del toldo.
Ordené que todo el mundo se aprestara á marchar, y me fuí á decirles adiós á algunos conocidos que moraban en los toldos vecinos.
A la hora estuve de vuelta; mi gente estaba pronta, no faltaba sino que arrimaran las tropillas y ensillar.
Hacía un día hermosísimo; íbamos á tener una tarde deliciosa.
Muchos se preparaban para acompañarme.
El desgraciado Macías veía los preparativos recostado en un horcón de mi rancho y su tétrica fisonomía revelaba el sufrimiento de la desesperación.
Me acerqué á él y le dije:
—¡Ten confianza en Dios!
—¡En Dios!—murmuró.
—Sí, en Dios!—le repetí, lanzándole una mirada en la que debió leer el pensamiento :—El que desespera en Dios no merece la libertad, y entré en el rancho de Ayala.