Nada entendí; sólo percibí varias veces las palabras: indio Blanco.
Me dió curiosidad.
Pero me dominé; nada pregunté.
El indio se fué.
Continuamos en silencio.
—Es el indio Blanco—me dijo.
—¿Y qué hay ?—repuse.
—Anda hablando de usted: dice que le va á salir á la cruzada.
¡Si será una composición de lugar para asustarme y hacerme suspender el viaje? reflexioné, preguntándole.
—¿Y qué piensa hacerme ?
—Matarlo—me contestó sonriéndose.
—¡ Matarme, eh!
—Así dice él.
—Pues dígale que nos veremos las caras.
—Le he mandado decir que se deje de andar valaqueando; que si no le gustan las paces, por qué se ha vuelto de Chile; que ya le hice prevenir el otro día que anduviera derecho.
Y como me dijera todo esto con aire de verdad, pintándose en su fisonomía cierta prevención contra el indio Blanco, le dije en tono amistoso :
—Gracias, hermano.
Seguimos callados.
No me miraba, tenía la vista fija en un zoquete de carne que pelaba con los dedos; me pareció que quería que yo hablara, que le pidiera algo, y resolví no hacerlo.
Volvió el que había ido con el mensaje para el indio Blanco, habló unas pocas palabras y se marchó.
—Dice el indio Blanco que se va para el Toay—me dijo.