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ha dado antes no tiene nada que ver con los que me debe dar á mí; lea bien el Tratado y verá.

—Sí, ya sé; pero yo lo decía porque usted pudiera ser que lo pudiese arreglar.

—¿Y cómo quiere que lo arregle?

—Diciéndole al que los gobierna que se han recibido los que yo digo.

—¿Y cómo le voy á decir eso?

—Yo le doy los nombres de los viejos.

—No puedo hacer eso.

—i Entonces ?...

—¿Y entonces qué?...

—Haremos lo que usted dice.

—Eso es—le contesté.

Y para mis adentros dije: Era lo único que me faltaba, que este bárbaro me hiciera instrumento suyo.

No me contestó.

—i Y, no tiene otra cosa que decirme?—le pregunté.

—Sí, pero lo dejaremos para más tarde—me contestó.

—¡Tendremos tiempo?

—Sí, hemos de tener.

Me quedé callado á mi vez.

En los tres fogones del toldo cocinaban.

—Vamos á almorzar—me dijo, y pidió en su lengua que nos sirvieran.

No le contesté.

Trajeron platos y cubiertos y pusieron una olla de puchero de vaca entre él y yo.

Me sirvió un platazo. Comí y callé.

Hacía largo rato que comíamos sin mirarnos ni hablarnos, cuando se presentó un indio, que le habló en araucano con suma vivacidad, y á quien le contestó de igual manera.