Página:Una excursión a los indios ranqueles - Tomo II (1909).djvu/245

Esta página no ha sido corregida
— 241 —

el capitán Rivadavia si estaba en disposición de que acabáramos de conversar.

Me contestó que sí.

Entré en su toldo; se acababa de bañar, tomaba mate y una china le desenredaba los cabellos.

—Hermano—me dijo al entrar, sin moverse,—siéntese y dispense.

—No hay de qué—repuse, sentándome.

—¿Y cómo ha pasado la noche ?—me preguntó.

—Muy bien—le contesté.

—iY siempre se va hoy?

—Si usted no dispone otra cosa.

—Usted es libre, hermano.

—Bueno; quiero que me diga, ¿qué se le ofrece?

—Hermano, deseo que no me apure por los cautivos que debo entregar.

—Entréguemelos según pueda.

—Ya faltan pocos.

—¿Cómo pocos?

—Sí, pues.

—No lo entiendo.

Me hizo una relación de los cautivos que en diversas épocas había remitido al Río 4.º, y concluyó diciéndome: que agregando á esa cuenta ocho, se completaba el número.

Era una salida inesperada.

¿Qué tenía que hacer el nuevo tratado de paz con los cautivos anteriores ?

i La idea era de él ó se la habían sugerido?

Quise explorar el campo, fué en vano; circunspecto y reservado no soltaba prendas.

Resolví hablarle categóricamente, porque el incidente era de tal naturaleza que las paces podían frustrarse, y le dije:

—Hermano, usted está equivocado; los cautivos que UNA EXCURSIÓN 16.—TOMO II