Página:Una excursión a los indios ranqueles - Tomo II (1909).djvu/238

Esta página no ha sido corregida
— 234 —

—Porque no puedo.

—¿No es usted libre?

—¡ Libre !

—Libre, sí, i no es usted viuda?

—¡Ah! compadre exclamó con amargura,—usted no sabe cómo es mi vida; usted no conoce esta tierra.

Y esto diciendo, miró en derredor, como buscando si alguien había escuchado su indiscreta confesión.

Su voz tenía algo de significativo y de misterioso.

Me parecía que quería decirme algo más y que estaba temerosa de que algún espía nocturno la oyera.

Me levanté, di una vuelta, me aseguré de que estábanios solos y me senté más cerca de ella, diciéndole:

—No hay nadie.

—Compadre—me dijo ;—no se vaya sin pasar por mi toldo que queda en Carrilobo, cerca del de Villarreal, allí lo espero; estará mi hermana, es mujer de confianza y lo quiere, tengo algo que decirle, que le interesa mucho saber; esta noche lo voy á acabar de averiguar, por eso he venido, nadie me ha visto todavía...

En ese momento se sintió un tropel y se oyeron como voces de indios achumados.

Se levantó de golpe y diciéndome :—No quiero que me vean aquí,—se deslizó por entre las sombras de la noche.

La seguí un instante con la vista, hasta que se perdió en la obscuridad, y me quedé perplejo y lleno de inquietud, de una inquietud inexplicable, oyendo al mismo tiempo retemblar el suelo y acercarse el vocerío de la chusma ebria.

La luz de mi fogón los atrajo.

Llegaron, se apearon unos, y otros se quedaron á caballo.

Epumer los encabezaba; venían de un toldo vecino, donde habían estado de mamaran.