—Porque no puedo.
—¿No es usted libre?
—¡ Libre !
—Libre, sí, i no es usted viuda?
—¡Ah! compadre exclamó con amargura,—usted no sabe cómo es mi vida; usted no conoce esta tierra.
Y esto diciendo, miró en derredor, como buscando si alguien había escuchado su indiscreta confesión.
Su voz tenía algo de significativo y de misterioso.
Me parecía que quería decirme algo más y que estaba temerosa de que algún espía nocturno la oyera.
Me levanté, di una vuelta, me aseguré de que estábanios solos y me senté más cerca de ella, diciéndole:
—No hay nadie.
—Compadre—me dijo ;—no se vaya sin pasar por mi toldo que queda en Carrilobo, cerca del de Villarreal, allí lo espero; estará mi hermana, es mujer de confianza y lo quiere, tengo algo que decirle, que le interesa mucho saber; esta noche lo voy á acabar de averiguar, por eso he venido, nadie me ha visto todavía...
En ese momento se sintió un tropel y se oyeron como voces de indios achumados.
Se levantó de golpe y diciéndome :—No quiero que me vean aquí,—se deslizó por entre las sombras de la noche.
La seguí un instante con la vista, hasta que se perdió en la obscuridad, y me quedé perplejo y lleno de inquietud, de una inquietud inexplicable, oyendo al mismo tiempo retemblar el suelo y acercarse el vocerío de la chusma ebria.
La luz de mi fogón los atrajo.
Llegaron, se apearon unos, y otros se quedaron á caballo.
Epumer los encabezaba; venían de un toldo vecino, donde habían estado de mamaran.