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pló haciendo con las manos una especie de fuelle y un momento después el fogón flameaba.

Durante un rato, mi comadre y yo permanecimos mudos, oyendo hervir el agua y crujir la leña.

El fuego ejerce una influencia magnética, irresistible sobre los sentidos, y he observado que al calor de las llamas resplandecientes el corazón se dilata, que las ideas germinan placenteras y el alma se eleva hacia la cumbre de lo grande y de lo bello, en alas de ráfagas generosas y sublimes.

Por eso el crimen es hijo de las tinieblas y se ceba en la obscuridad.

Calixto me pasó un mate; lo tomé, y dándoselo á mi comadre, la dije:

—¿Por qué se ha quedado tan callada?

Suspiró por toda contestación.

Está visto que las mujeres son iguales en todas las constelaciones, lo mismo en las montañas, donde las nieves reinan eternamente, que entre las selvas románticas donde el tímido urutau entona tristes endechas; lo mismo á orillas del majestuoso Río de la Plata, que en las dilatadas llanuras de la Pampa Argentina.

Suspirar, creen que es hablar.

Confieso que es un lenguaje demasiado místico para un ser tan prosaico como yo.

—¡Pero qué tiene, comadre?—le volví á preguntar.

—Compadre—me contestó, — estoy triste porque se va.

—¿Y qué, le gustaría á usted que no me dejaran volver ?

—No quiero decir eso.

—¿Y entonces?

—Quiero decir que siento no poder acompañarlo.

—¿Y por qué no se viene á pasear al Río 4.º conmigo?