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XXIII

Solo en el fogón.—¿Qué habria pensado yo si hubiera tenido menos de treinta años?—Con las mujeres es mejor no estar uno solo.—El crimen es hijo de las tinieblas.—El silencio es un síntoma alarmante en la mujer.—Visitas inesperadas.—Yo no sueño sino disparates.—Los filósofos antiguos han escrito muchas necedades.

Me había quedado solo en el fogón, viendo arder las brasas.

Brillaban carbonizadas, y cuando más bellas estaban, el viento las redujo á cenizas, lo mismo que los desengaños desvanecen nuestras más gratas ilusiones.

Mis pensamientos flotaban entre dos mundos.

Ya eran prácticos, ya quiméricos, ora me parecían de fácil realización, ora imposible de realizar; me sentía grande y fuerte; pequeño y débil; dormitaba despertaba; quería salir de allí y no salíay me —¿Por qué?

Porque el hombre no es dueño de sí mismo, sino cuando tiene ideas fijas ó determinadas.

Una voz dulce me sacó de aquella indecisión, murmurando á mi oído:

—Buenas noches. Di vuelta y al pálido resplandor de las últimas brasas que se apagaban, reconocí á una mujer.