món, exhortándolas á educar á sus hijos en la ley de Jesucristo, único modo de que ganaran el cielo después de la muerte.
Todos quedaron muy alegres y contentos y me agradecieron el favor que acababan de merecer, debido á mí.
¡Ah! ¡ si no fuera por usted, señor, qué habría sii do de nosotras—me dijeron varias mujeres!
Yo fuí padrino de cuatro criaturas, inclusive la hija de Mariano Rosas. Poco tenía para obsequiar á mis ahijados y ahijadas. Pero como cuando hay deseo y buena voluntad nunca falta algo con qué manifestarlo, con todos ellos quedé bien.
Deshicimos el altar, guardamos los ornamentos y en seguida nos fuimos al toldo de Mariano Rosas.
Nos esperaba con el almuerzo pronto.
Estaba plácido como nunca.
—Ya somos compadres, hermano—me dijo :—ahora usted dirá cómo nos hemos de tratar.
—Compadre—le contesté,,—como antes, no más, de hermanos.
—Es lo mismo, le doy las gracias—repuso,—y dirigiéndose á los frailes, añadió: muchos cristianos ahora aquí, eh?
—Es verdad—le contestaron,—¡ Dios los ayude á todos!
Sirvieron el almuerzo, almorzamos y nos despedimos para retirarnos.
Yo antes de salir le dije á mi compadre:
—Esta tarde acabaremos de conversar.
—Cuando guste—me contestó.
Iba á salir del toldo; me llamó cho pampa que tenía puesto, me dijo, dándomelo :
—Tome, hermano, úselo en mi nombre, es hecho por mi mujer principalsacándose el pon-