Página:Una excursión a los indios ranqueles - Tomo II (1909).djvu/222

Esta página no ha sido corregida
— 218 —

con la más lujosa; era un vestido de brocato encarnado bien cortado, con adornos de oro y encajes, que parecían bastante finos. A falta de zapatos, le habían puesto unas botitas de potro, de cuero de gato. La civilización y la barbarie se estaban dando la mano.

¿Qué vestido es ese? ¿de dónde venía? ¿quién lo había hecho? era todo mi pensamiento.

Quería atender á lo que el sacerdote hacía y decía.

En vano!

¡ El vestido y las botas me absorbían. Examinaba el primero con minucioso cuidado. Estaba perfectamente bien hecho y cortado.

Las mangas eran á lo María Estuardo. Aquello no era obra de modista de Tierra Adentro. Tampoco podía ser regalo de cristianos, ni tomado en el saqueo de una tropa de carretas, estancia, diligencia ó villa fronteriza. Entre nosotros ninguna niña se viste así.

Mi curiosidad era sólo comparable á la incongruencia del traje y de las botas de potro.

Era una curiosidad rara.

A veces me venía como un rayo de luz y me decía:

Ya caigo, ese vestido viene de tal parte. No, no podía ser eso, era una extravagancia.

Cuando me tocaba contestar amén, otro tenía que hacerlo por mí. Distraído, no veía sino el vestido, no pensaba sino en el contraste que formaban con él las botas.

A mi lado estaba un cristiano, agregado al toldo de Mariano Rosas, cuya cara de foragido daba miedo.

Era uno de esos tipos repelentes, cuya simple vista estremece. Jamás me había dirigido la palabra, ni yo se la había dirigido á él.

La curiosidad pudo más que la repugnancia que me inspiraba y le pregunté con disimulo:

—¿De dónde ha sacado mi compadre este vestido?