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los otros, todos los títeres, en fin, de aquel mundo, donde el estudio del corazón humano es tan difícil como en cualquier otra parte.

Si él no salvaba mis dudas, ¡quién las había de salvar!

Le referí todo lo que había sucedido, cambiamos nuestras ideas y resultó que Macías era víctima de una nueva intriga.

Mariano Rosas les había, sin duda alguna, comunicado sus conferencias conmigo á sus confidentes y éstos le habían disuadido de su resolución de cedérmelo.

Había en esto represalias por parte de los que se creían ofendidos con los informes consignados en la correspondencia interceptada, egoísmo ó envidia.

Los cristianos refugiados entre los indios por causas políticas, fingían toda la mayor conformidad. Otra cosa tenían en el fondo de su alma. La salida de Macías á quien tanto habían mortificado y ultrajado, haciéndole pagar caro el pedazo de carne que le daban, los contrariaba.

El se iba y ellos se quedaban. Ellos, que gozaban del favor del cacique, no podían volver al seno de su familia, y Macías, el loco Macías, de quien tantas veces se habían mofado, de quien todavía delante de mí se reían, estaba á punto de romper las cadenas de su cautividad!

Ellos eran libres y se quedaban, Macías no lo era y se marchaba.

En verdad, sólo nobles corazones podían regocijarse de que un desgraciado sacudiera el ominoso yugo.

Los galeotes reciben con júbilo al nuevo condenado y maltratan en vísperas de su salida al que ha cumplido la terrible condena.