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Tomó los papeles, los puso en orden, los colocó en su bolsita, cerró el cajón y me dijo:
—Mañana bautizaremos á su ahijada.
—Está bien—le contesté, y salí, dándole las buenas tardes.
Macías estaba á la puerta del rancho.
Parecía un espectro.
Nada había oído. Pero su corazón sabía lo que había pasado.
El corazón de los que sufren suele ser profético; anticipándose al dolor, lo prolonga.
Le miré sonriéndome por tranquilizarle, y exhalando un hondo suspiro, me dijo al pasar :
—Ya sé que te ha ido mal.
—Nunca es tarde, hombre, cuando la dicha es buena—le contesté.
Meneó la cabeza como diciéndome: Me había engañado; y para acabar de tranquilizarle, agregué :
—Todavía no le he hablado.