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—i Y, hermano?

Fijó sus ojos en los míos y me dijo textualmente:

—¡ Hermano, el corazón de ese hombre es mío!

—¿Qué misterio hay aquí?—dije para mis adentros, y como no le contestara y siguiera mirándole, añadió textualmente:

—La conciencia de ese hombre es mía.

Una mezcla de asombro y de temor por la vida de Macías me selló los labios.

Se levantó el indio, tomó de sobre su cama el cajón del archivo, lo abrió, revolvió sus bolsitas, halló lo que quería, sacó de ella unos papeles y dándomelos, me dijo:

—¡ Lea, hermano!

Tomé los papeles, que eran manuscritos, abrí uno de ellos, reconocí la letra de Macías y leí.

Era una larga carta dirigida al Presidente de la República.

Macías le relataba cómo se hallaba entre los indios; pintaba con colores bastante animados su vida; daba una noticia de lo que eran los cristianos en Tierra Adentro; los comparaba con los indios, quedando aquéllos en peor punto de vista; y por último invocaba la protección del Gobierno para reivindicar su libertad perdida.

La carta estaba mal redactada; Macías no escribe bien; pero tenía la elocuencia del dolor.

Mientras yo leía, Mariano Rosas se limpiaba las uñas con el puñal.

Acabé de leer la carta y le miré, no me vió.

Leí otro de los papeles, era otra carta, muy parecida á la anterior, dirigida al gobernador de Mendoza.

Los otros papeles eran apuntes sin importancia, eran de un corazón lacerado por el infortunio.

Terminada la lectura de todo el mamotreto, exclamé :