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Salí de él; Mariano había vuelto á la enramada, me senté á su lado y le dije:

—Hermano, y, ¿me lo llevo ó no á Macías?

—Entremos me contestó, levantándose y dirigiéndose al toldo.

Le seguí y entramos, cediéndome él el paso en la puerta.

Nos sentamos.

Tomó la palabra y habló así :

—Hermano, el dotor es mejor que se quede.

—Usted me lo había cedido ya—le contesté.

—Es cierto; pero es mejor que se quede.

—¿Y el tratado de paz, hermano? ¿Usted olvida que Macías no es cautivo, que si me exige que lo saque, yo lo debo reclamar y que usted no me lo puede negar?

—Yo no se lo niego, hermano, le digo que se lo daré después.

—¿Y qué dirán en el Río 4.º los cristianos lo que sepan que vuelvo sin Macías? Dirán que no me he atrevido á reclamarlo, se quejarán y con razón. Usted me compromete, hermano.

Macías entró en ese momento, con el intento de cruzar por el toldo.

Mariano Rosas le miró airado, y con voz irritada le dijo textualmente:

—Donde conversa la gente no se entra. Salga.

Macías retrocedió humillado, murmurando:

—Creía...

—¡ Salga, dotor!—le repitió con énfasis, y el desdichado salió.

Comprendí que alguien había influido en el ánimo del indio y me pareció de buena táctica no insistir mucho.

Hice, empero, una insinuación final diciéndole cor expresión:

UNA EXCURSIÓN 14.—TOMO II