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Salió el Padre y entró en el toldo del Cacique, que acababa de recibir visitas.

Detrás de él me fuí yo.

Mariano Rosas le había sentado á su lado; le había concedido el permiso solicitado y le había rogado le bautizara su hija mayor, de la que yo sería padrino.

Trajeron de comer.

Era un puchero de carne de yegua.

—Padre—le dijo Mariano al buen franciscano,para probarle que soy buen cristiano, y el gusto con que veo aquí unos hombres como ustedes, comamos en el mismo plato.

Y esto diciendo puso entre él y el Padre uno que le daban en ese momento.

—Con mucho gusto—le contestó aquél.

Y sin más preámbulo, empuñó el tenedor y el cuchillo y sin repugnancia alguna, comenzó á engullir la carne de yegua, como si hubiera sido bocado de cardenal.

Yo rehusé comer, explicando el por qué, no lo atribuyeran á desaire.

En la tierra, la costumbre es comer al cabo del día tantas veces cuantas hay ocasión.

Algunas de las visitas eran conocidos. Entablé conversación con ellos. El padre Marcos por su parte, le hizo á Mariano Rosas una larga explicación de lo que significaba el bautismo, quien varias veces contestó:

Ya sé. Le exigió que á la hijita que iban á bautizar la educara como cristiana, lo que le fué prometido; dejó de comer puchero cuando el plato dijo no hay más, y en seguida se despidió y salió.

Yo me quedé en mi puesto, busqué una postura có·moda, la hallé acostado, dejé que Mariano Rosas hablara con sus visitas y me dormí.

Cuando me desperté, el toldo estaba solo.