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A cierta distancia di la vuelta.

Me seguían con la vista.

Saludé con la mano, me contestaron con el pañuelo.

Llegué al toldo de Mariano Rosas.

Estaba sentado en la enramada, solo. Las visitas se habían retirado.

Eché pie á tierra, até su caballo en el palenque, le di las gracias, pasando de largo, y me metí en mi rancho.

Los franciscanos disfrutaban en santa paz las delicias de la siesta.

El ruido que hice al entrar los despertó.

Les conté mi visita al toldo de Epumer, discurrimos un rato sobre la franca y cordial hospitalidad que me había dispensado después de las escenas tumultuarias de los primeros días, y, por último, les comuniqué que había resuelto partir á los dos días.

El padre Marcos me manifestó el deseo de quedarse, a ver si arreglaba lo concerniente á la fundación de la capilla de que hablaba el tratado de paz. No pareciéndome prudente su resolución, me opuse amistosamente á ella. Le hice algunas reflexiones con tal motivo, y el padre Moisés, deduciendo de ellas que mi negativa provenía de que no quería que su compañero se quedara solo, me observó que él le acompañaría, permaneciendo á su lado. Le tranquilicé viendo su generosa oferta; amplié las razones de mi negativa, y, finalmente, les dije que pensaran en hacer al día siguiente algunos bautismos.

Al efecto le indiqué al padre Marcos fuera á hablar con Mariano Rosas, solicitando como cosa suya el permiso competente.

Mandó ver con su asistente si estaba en disposición de recibirle y contestó que sí.