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—Me lo voy á llevar á Macías.

No me contestó; en su cara leí una negativa.

—A usted no le sirve de nada aquí.

Siguió callado.

—Es un pobre diablo—le dije.

—Mire, hermano—me contestó; iba á proseguir; unas visitas nos interrumpieron.

Saludaron y se sentaron.

Yo seguí almorzando, acabé, me levanté y diciéndole á Mariano: luego conversaremos, salí del toldo bastante contrariado.

En seguida me fuí á visitar al cacique Epumer.

Mariano Rosas me prestó su caballo.

En el toldo de Epumer me recibieron con toda galantería.

En un rincón, acurrucado como un tullido, estaba el espía de Calfucurá, que tanta curiosidad me dió en Quenque.

Me vió entrar como á un perro.

¿ Qué hacía allí?