Página:Una excursión a los indios ranqueles - Tomo II (1909).djvu/203

Esta página no ha sido corregida
— 199 —

Su cara revelaba la agitación de la noche; estaba más pálido que de costumbre.

Al verme entrar me dijo, sin cambiar de postura (estaba sentado al lado del fogón):

—Buenos días, hermano, dispense que no me pare, estoy medio enfermo.

Me insinuó un asiento á su lado.

Sentándome le contesté:

—Esté cómodo, hermano, ¿cómo ha pasado la noche?

—Mal—repuso, arrugando la frente como cuando un recuerdo mortificante nos asalta.

—¿Qué tiene?

—Me duele la cabeza.

—¿Quiere tomar un remedio muy bueno que yo traigo?

—Lo tomaré si usted lo conoce.

Salí y volví al punto con un frasquito de gotas maravillosas de la corona.

Era todo mi botiquín.

Abrí el frasquito, pedí un jarro de agua, lo derramé dejándole sólo dos dedos y eché en él sesenta gotas.

Para que las bebiera sin aprensión, le dije:

—Vea—proseguí, y esto diciendo tomé un trago.

—Si no tengo recelo, hermano—me contestó,—y tomándome el jarro bebió hasta la última gota que contenía.

—Un poco amargo no más dijo.

—Si—repuse.

—i Y ha descansado bien?

—Muy bien.

Qué diablo de indios, eh!

—¡Hum! anduvo medio mal la cosa en la junta.

—¡Eh! no todos comprenden.

—¡Es cierto !