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no de Leubucó, y con Camilo Arias y un asistente tomé para el Sud en compañía de mi compadre.

Varios indios, entre ellos el de las muletas, le acompañaban. Me presentó á algunos que no me habían visitado en Quenque; tuve que sufrir sus saludos, apretones de manos, abrazos y pedidos, y en el sitio donde habíamos pasado la noche que precedió á la junta, nos dijimos ¡ adiós!

Conforme fué cordial la recepción de Baigorrita, así fué fría la despedida.

Partimos al galope en opuestas direcciones.

Silencioso, contemplando la verde sábana de aquellas soledades, dejaba que mi caballo se tendiera á sus anchas, cuando sentí un tropel á retaguardia. Sin sujetar di vuelta, vi un grupo de jinetes; entre ellos venía Baigorrita corriendo por alcanzarme.

Hice alto, alguna novedad ocurría.

Mi compadre llegó y San Martín me dijo:

—Dice Baigorrita, que viene á darle el último abrazo y el último ¡ adiós !

Nos abrazamos, pues.

El indio me estrechó con efusión, y al desapartarnos, tomándome vigorosamente la mano derecha y sacudiéndomela con fuerza, me dijo, con visible expresión de cariño: ¡ adiós! ¡ compadre! ¡ amigo!

—¡ Adiós! ¡ compadre! ¡ amigo!—le contesté, y volvimos á separarnos.

Galopaba yo, apurando mi caballo por ver si alcanzaba mi gente antes de que se pusiera el sol, cuando un jinete me alcanzó.

Era San Martín; lo mandaba Baigorrita á decirme otra vez adiós, me enviaba sus más fervientes votos de felicidad, me hacía presente que le había ofrecido otra visita, y para no desmentir en ningún momento que