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pero que había tenido que portarse así, porque si no, sus indios habrían dicho, que era más amigo mío que de ellos; que me fuera sin cuidado, que Mariano era mi amigo, que tenía confianza en mí, y que con él contara en todo tiempo para lo que gustara, que para qué nos habíamos hecho compadres entonces.

Este lenguaje fué una revelación.

Recién comencé á ver claro y explicarme la actitud indiferente, reconcentrada, ceñuda de mi compadre durante toda la junta. A fuer de diplomático, que conoce perfectamente bien el terreno que pisa, había estado haciendo su papel.

Más había sido el ruido que las nueces, según se ve.

Faltaba averiguar si aquellos discípulos de Machiavello me habrían dejado sacrificar dado el caso que el pueblo bárbaro exasperado por la razón de mis sinrazones se me hubiera ido encima.

Estaba impaciente de conversar con Mariano Rosas á ver si me hablaba con la misma franqueza de Baigorrita su aliado, á la vez que su rival en la justa pretensión de adquirir prestigios entre todas las in diadas.

San Martín, completando el pensamiento de mi compadre, me dijo de su cuenta:

—Así son los indios, señor; y como Baigorrita es cacique principal, tiene que tener mucho cuidado con Mariano; los indios son muy desconfiados y celosos; para andar bien con ellos, es preciso no aparecer amigos de los cristianos.

Baigorrita le interrumpió y me hizo decir que ya era tarde, que quería ponerse en marcha.

Mis tropillas acabaron de llegar; mandé mudar, la operación se hizo prontamente y un momento después abandonamos la raya.

Ordené que mi séquito se fuera despacio por el cami-