Accedí.
Mi primer interlocutor fué el viejo de las muletas.
Nos sentamos cara á cara en el suelo, nombramos nuestros respectivos lenguaraces y empezó la plática.
El viejo era un conversador lo más recalcitrante.
Me habló de sus antepasados, de sus servicios, de su ciencia y paciencia, de las leguas que había galopado para venir á la junta, de este mundo y el otro, en fin, y cuando yo creía que me iba á decir que había tenido muchísimo gusto en conocerme, me salió con esta pata de gallo:
—He oído con atención todas las razones de usted y ninguna de ellas me ha gustado.
—Pues estoy fresco—dije para mi capote.— Si que rrá éste armarme alguna gresca ?
Varios indios le habían formado rueda, asintiendo á lo que acababa de decir.
Tomé la palabra y le contesté :
—Que me alegraba mucho de haberle conocido ; que sentía infinito que un anciano tan respetable como él, tan lleno de experiencia y de servicios, tan digno del aprecio de los indios, se hubiera incomodado en venir desde tan lejos para verme, que cuando fuera de paseo al Río 4.° tendría mucho gusto en alojarlo en mi casa y regalarlo, y que ahora que la paz estaba hecha y que iban á recibir tantas cosas—las enumeré todas,todos debíamos mirarnos como hijos de un mismo Dios.
El indio reprodujo al pie de la letra todo lo que me había dicho anteriormente, y acabó con la muletilla :
—He oído con atención todas las razones de usted y ninguna de ellas me ha gustado.
Hice lo mismo que él: reproduje mi contestación.
Así estuvimos larguísimo rato. Nueve veces dijo él lo mismo, nueve veces le contesté yo lo mismo también.
Cedió el viejo.