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de que vinieran los gringos á Buenos Aires, ya la luna estaba en el cielo y ustedes la conocían.

No pudiendo Mariano refutar esta argumentación etnológica, me contestó irritado:

—¿Y qué tiene que ver todo eso con el tratado de paz? ¿ Cuándo yo le he preguntado esas cosas para que me las diga?

—¿Y qué tienen que ver las preguntas que usted me ha hecho con el tratado de paz que ya está firmado por usted? ¿Acaso he venido á la junta para que lo aprueben? Ya está aprobado por usted lo tiene que cumplir.

—¡ Y ustedes lo cumplirán ?—me contestó.

—Sí, lo cumpliremos—repuse :—porque los cristianos tenemos palabra de honor.

—Dígame, entonces, si tienen palabra de honorrepuso,—i por qué estando en paz con los indios, Manuel López hizo degollar en el Sauce doscientos indios?

Dígame entonces si tienen palabra, ¿por qué estando en paz con los indios, su tío Juan Manuel Rosas mandó degollar ciento cincuenta indios en el cuartel del Retiro? (cito casi textualmente sus palabras).

—¡Que diga! ¡ que diga!—gritaron varios indios.

La junta empezaba á tomar todo el aspecto de la efervescencia popular, y yo de embajador, me convertía en acusado.

—A mí no me pidan cuentas—les dije,—de lo que han hecho otros; el Presidente que ahora tenemos no es como los otros que antes teníamos. Yo también les pido á ustedes cuenta de las matanzas de cristianos que han hecho los indios siempre que han podido, y devolviéndole la pelota á Mariano Rosas, le pregunté :

—¡Qué tienen que hacer las degollaciones de López y de Rosas con el tratado de paz?

No le di tiempo para que me contestara y proseguí :