—¿No es verdad que somos argentinos?—decía mirando á algunos cristianos; y esta palabra mágica, hiriendo la fibra sensible del patriotismo, les arrancaba involuntarios:—Sí, somos argentinos.
Y ustedes también son argentinos, les decía á los indios. Y si no, qué son ? les gritaba ; yo quiero saber lo que son.
¿ Contéstenme, díganme, qué son ?
į Van á decir que son indios?
Pues yo también soy indioiO creen que soy gringo?
Oigan lo que les voy á decir:
Ustedes no saben nada, porque no saben leer; porque no tienen libros. Ustedes no saben más de lo que les han oído á su padre ó á su abuelo. Yo sé muchas cosas que han pasado antes.
Oigan lo que les voy á decir para que no vivan equivocados.
Y no me digan que no es verdad lo que están oyendo; porque si á cualquiera de ustedes le pregunto cómo se llamaba el abuelo de su abuelo no me sabrían dar razón.
Pero los cristianos sabemos esas cosas.
Oigan lo que les voy á decir:
Hace muchísimos años que los gringos desembarcaron en Buenos Aires.
Entonces los indios vivían por ahí donde sale el sol, á la orilla de un río muy grande; eran puros hombres los gringos que vinieron, y no traían mujeres; los indios eran muy zonzos, no sabían andar á caballo, porque en esta tierra no había caballos; los gringos trajeron la primer yegua y el primer caballo, trajeron vacas, trajeron ovejas.
¿Qué están creyendo ustedes?
Ya ven cómo no saben nada.