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bucó, lo que es el Presidente de la República, el Congreso y el Presupuesto de la Nación. Les dije que el Gobierno no podía entregar inmediatamente lo convenido, porque necesitaba que el Congreso le diera la plata para comprarlo, y que éste antes de darle la plata tenía que ver si el tratado convenía ó no.

Eso era lo que en cumplimiento de órdenes recibidas debía yo explicar, como si fuera tan fácil hacerles entender á bárbaros lo que es nuestra complicada máquina constitucional.

Pero por lo pronto, continué diciéndoles: Se va á entregar algo á cuenta, lo demás se completará cuando el Congreso apruebe el tratado. El Presidente de la República quiere manifestarles de ese modo á los indígenas su buena voluntad.

Mientras yo hacía estas observaciones, me parecía que entre la manera de discurrir de los indios y la mía, había una perfecta similitud.

Mariano Rosas, me decía para mis adentros, mientras mi lengua funcionaba, ha firmado el tratado, yo lo creía concluido, y ahora resulta que la junta lo puede anular. Pues es lo mismo que sucede con el Presidente y el Congreso.

¿No es verdad que el caso era idéntico? Los extremos se tocan.

Esperaba una interpelación de Mariano Rosas.

Varios indios la hicieron antes que él.

—¿Y si el Congreso no aprueba el tratado—preguntaron, ya no habrá paz?

Ponte, Santiago amigo, en mi caso, y dime si no te habrías visto en figurillas como yo para contestar.

Contesté que eso no sucedería, que el Congreso y el Presidente eran muy amigos, que el Congreso le había de aprobar lo que había hecho, que así hacía siempre; dándole toda la plata que necesitaba.