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—Eso es otra cosa—contesté.

Y esto diciendo, mandé echar pie á tierra á los míos haciéndolo yo primero.

Mariano Rosas y los suyos me imitaron.

Vino otro indio, habló con Camargo, y siguiendo las indicaciones de éste, comenzó el ceremonial.

Mariano Rosas y su séquito estaban formados en ala; Baigorrita y mi séquito lo mismo, es decir, que mi izquierda venía á quedar frente á la derecha de aquél.

Tiramos á la derecha marchando al Naciente unos cuantos pasos, volvimos á girar al Norte, seguimos hasta quedar perpendicularmente á la izquierda del séquito de Mariano Rosas, que permanecía inmóvil, formando un ángulo, y los saludos empezaron, consistiendo en fuertes apretones de manos y abrazos.

Desfilamos por delante de aquéllos, y cuando Baigorrita estrechaba la mano de Mariano Rosas y yo la de Epumer, mi cola, hablando militarmente, se abrazaba con el último indio del séquito de Mariano Rosas.

Hecho esto, seguimos desfilando, hasta que el último de mis asistentes saludó á aquél, y volvimos á ocupar el puesto en que estábamos al echar pie á tierra.

En seguida Mariano Rosas y los suyos avanzaron veinte pasos; Baigorrita, yo y los míos hicimos simultáneamente otro tanto, formando dos pelotones.

Las dos líneas de jinetes formaron un círculo conversando á vanguardia, á derecha é izquierda, sus respectivas alas; echaron pie á tierra Mariano Rosas y los suyos; Baigorrita, yo y los míos quedamos encerrados en dos círculos concéntricos, formado el exterior por caballos y el interior por indios.

Todas estas evoluciones se hicieron en silencio, con orden, revelando que estaban sujetos á una regla de ordenanza conocida.

Ningún indio maneó ni ató su caballo en las pajas.