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— 158 nos pusimos al frente de la línea, y en ese orden avanzamos.

La indiada de Mariano Rosas hizo la misma maniobra. Las dos líneas marchaban á encontrarse. Seríamos trescientos de cada parte.

El sol se levantaba en ese momento inundando la azulada esfera con su luz, la atmósfera estaba diáfana; los más lejanos objetos se transparentaban, como si se hallaran á corta distancia del observador; el cielo estaba despejado, sólo una que otra nube nacarada navegaba por el vacío, con majestuosa lentitud; la blanda brisa de la mañana apenas agitaba la grama color de oro; el rocío, salpicando los campos, los hacía brillar como si estuvieran cubiertos por inmenso manto de rica y variada pedrería.

Cuando las dos líneas que avanzaban al paso estuvieron á cincuenta metros una de otra, los clarines y cornetas tocaron alto, y las dos indiadas se saludaron golpeándose la boca.

Los ecos se perdían por los aires, que aba todo en el más profundo silencio, y los gritos se repetían.

Nadie llevaba armas; todo el mundo montaba excelentes caballos, vestía su mejor ropa y ostentaba las prendas de plata y los arreos más ricos que tenía.

Mariano Rosas destacó un indio; Baigorrita otro; colocáronse equidistantes de las dos líneas; cambiaron sus razones, y volvieron á sus respectivos puntos de partida.

Los dos caciques acababan de saludarse y de invocar la protección de Dios para deliberar con acierto.

Tocaron atención, dieron voces de mando en lengua araucana, la segunda fila de cada línea retrocedió dos pasos, los que miraban al Norte giraron á la izquierda, tocaron marcha y las dos líneas quedaron formadas en alas.