los caballos, púsose toda mi gente en pie y nos aprestamos á marchar.
Mientras llegaban los caballos se calentó agua y tomamos mate.
Camargo me inspiraba confianza. Le referí lo que me había sucedido con Chañilao; lo que había pasado en Leubucó durante nuestro paseo por las tierras de Baigorrita; lo que Mariano Rosas había conversado con éste; y le pedí que me diera con franqueza su opinión.
Me la dió sin titubear. Su corazón no carecía de nobleza. Me tranquilicé; pero no del todo. Cada mundo tiene sus misterios. El conocía bien los del suyo, como nadie quizá.
Prueba de ello era que no volvía en pelos de Quenque; que se había hecho devolver los estribos que le robaron en el toldo de Caiomuta y las demás prendas que le arrojó con desprecio para humillarle y afearle su proceder.
Llegaron los caballos y Camilo.
Mandé ensillar. En tanto lo hacían, me contó éste su entrevista con Manuel Alfonso.
Habían dormido juntos; no se habían entendido, porque el gaucho no había simpatizado conmigo; pero se habían separado amigos.
Se oyó un toque de corneta.
Los clarines de Baigorrita contestaron, montamos á caballo nos movimos, rompiendo la marcha en dispersión.
A poco andar avistamos la gente de Mariano Rosas, coronando la cumbre de una cuchilla.
Tocaron alto, llamada y reunión.
Los toques fueron obedecidos, lo mismo que lo habría hecho una tropa disciplinada.
Formamos en batalla; Baigorrita, yo y mi séquito