Página:Una excursión a los indios ranqueles - Tomo II (1909).djvu/161

Esta página no ha sido corregida
— 157 —

los caballos, púsose toda mi gente en pie y nos aprestamos á marchar.

Mientras llegaban los caballos se calentó agua y tomamos mate.

Camargo me inspiraba confianza. Le referí lo que me había sucedido con Chañilao; lo que había pasado en Leubucó durante nuestro paseo por las tierras de Baigorrita; lo que Mariano Rosas había conversado con éste; y le pedí que me diera con franqueza su opinión.

Me la dió sin titubear. Su corazón no carecía de nobleza. Me tranquilicé; pero no del todo. Cada mundo tiene sus misterios. El conocía bien los del suyo, como nadie quizá.

Prueba de ello era que no volvía en pelos de Quenque; que se había hecho devolver los estribos que le robaron en el toldo de Caiomuta y las demás prendas que le arrojó con desprecio para humillarle y afearle su proceder.

Llegaron los caballos y Camilo.

Mandé ensillar. En tanto lo hacían, me contó éste su entrevista con Manuel Alfonso.

Habían dormido juntos; no se habían entendido, porque el gaucho no había simpatizado conmigo; pero se habían separado amigos.

Se oyó un toque de corneta.

Los clarines de Baigorrita contestaron, montamos á caballo nos movimos, rompiendo la marcha en dispersión.

A poco andar avistamos la gente de Mariano Rosas, coronando la cumbre de una cuchilla.

Tocaron alto, llamada y reunión.

Los toques fueron obedecidos, lo mismo que lo habría hecho una tropa disciplinada.

Formamos en batalla; Baigorrita, yo y mi séquito