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— 155 ficencia del padre Burela, conductor de cincuenta cargas de bebida: decían que no era bueno; que les había impuesto el tratado de paz, mandándoles un ultimátum; que había llevado un instrumento para medir las tierras; que eso era porque los cristianos se preparaban para una invasión; que el tratado no tenía más objeto que entretener á los indios para ganar tiempo.

El padre Burela parecía ajeno á estas murmuraciones. Pero no las había reprobado; y no teniendo nada que hacer en la junta, se hallaba al lado de Mariano Rosas. Con él estaba la noche antes, dábase los aires de un valido y pretendía que Baigorrita le había desairado, haciéndome su compadre, queja asaz extraña en un sacerdote.

El horizonte diplomático se me presentaba cargado de nubes.

La persona que se había tomado el trabajo de venir furtivamente á contarme lo que había pasado durante mi ausencia para que estuviera prevenido, opinaba que tendríamos una junta tumultuosa.

Las voces malignas que traía Chañilao, hacían más vidriosa la situación.

Antes de estar en mi fogón había estado en el sitio donde parlamentaba Mariano Rosas; había hablado con él y con otros; había desparramado sus noticias, y la atmósfera de desconfianza se había hecho.

Rayaba el día cuando llegó un mensajero de Mariano Rosas; mandaba informarse de cómo había pasado la noche y prevenirme que en cuanto saliera el sol nos moveríamos y que la señal sería un toque de corneta.

Le contesté que había pasado la noche sin novedad; que me alegraba de que él y su gente hubiesen dormido bien; y que estaba á su disposición.

Hice llamar á Camilo Arias, ordené que arrimaran