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pero que ese ideal no está sino en la conciencia de cierto número de elegidos.

Tenemos el germen, falta difundirlo.

¿De qué manera? Haciendo que la patria sea para el hombre del pueblo, la libertad en todas sus manifestaciones, la justicia, el trabajo bien remunerado; no el abuso, el privilegio, la miseria.

Entonces no se encontrará quien diga, lo que frecuentemente se oye: ¡para lo que yo le debo á la patria!

No basta que las constituciones proclamen que todo ciudadano está obligado á armarse en defensa de la patria. Es menester que la patria deje de ser un mito, una abstracción, para que todos la comprendan y la amen con el mismo acendrado amor. Hay fanatismos necesarios, que si no existen se deben crear.

Manuel Alfonso volvió á preguntar por el amigo Camilo Arias.

—Que lo llamen—dije yo.

El gaucho, ni me miró siquiera.

Pero comprendiendo quién era, y con la intención sin duda de calmarme, preguntó.

—¿Y cómo se entienden estas paces? Aquí de amigos ya, Calfucurá invadiéndolo los porteños.

—Mire, amigo—le contesté ;—delante de mí no me venga hablando barbaridades. Si no le gusta la paz mándese mudar.

Se dió vuelta entonces, me miró, y pegando maquinalmente con el rebenque en el suelo unas cuantas veces, repuso :

—Yo digo lo que me han dicho.

—Pues le repito que es una barbaridad, le contesté.

Me miró con más fijeza y por toda contestación se sonrió maliciosamente como diciendo: ¡ mozo malo!