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los hijos del país,—secretarios, ministros, embajadores de los que nos han combatido.

Solemos ser justos con los nuestros, con los adversarios somos siempre débiles. Solemos ser tolerantes con los que transigen, con los que se hacen un honor y un deber de tener conciencia, jamás.

Para ello está reservada la crítica irritante, acerba.

El peor papel que puede representar el patriotismo á los ojos de las medianías, es tener carácter.

Más hábiles en el arte de reclutar nulidades, de seducir traficantes y especuladores, que dispuestos á admirar el talento y la probidad; más capaces de claudicar que de imponerse por la elevación moral, prefieren los que se doblegan á los que firmes sobre el pedestal de sus creencias tienen la osadía de exclamar: ¡ yo pienso así!

¡Ah! ¡ si el país no estuviera jadeante! ¡Ah! ¡ si no estuviera arraigado en todos los corazones el convencimiento de que hay que preparar la tierra, antes de arrojar en sus entrañas fecundas la semilla!

¡Ah! ¡ si no fuera que el hierro mata! ¡Ah! ¡ si no fuera que una verdad escrita con sangre es siempre una conquista fratricida!

Camilo me había hablado largamente de Manuel Alfonso. Había sido el apoderado de los pocos intereses que dejó en la frontera la última vez que huyó de ella. Tenía por él ese cariño respetuoso, que el paisano le profesa siempre al gaucho cuando no le cree malo; había sido su maestro en los campos; y como aborrecía de muerte á los indios, con los que se había batido muchas veces cuerpo á cuerpo, perdiendo dos hermanos en dos invasiones, se hacía la ilusión de arrancarlo de su guarida.

Camilo Arias, es igual á Manuel Alfonso en un sentido, su reverso en otro.