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riquísima hecha al rescoldo, y á hurtadillas, lo mismo que un niño mimado y goloso delante de las visitas, me la manduqué.

No hay quien no conserve algún recuerdo imperecedero de ciertas escenas de la vida; éste, de una cena espléndida en el Club del Progreso; aquél, de otra en el Plata; el uno, de un almuerzo campestre; el otro, de un lunch á bordo. Yo no puedo olvidar la torta cocida entre las cenizas que me regaló Hilarión con disimulo, diciéndome: «Para usted la tenía, Coronel. » La mirada perspicaz de Mariano Rosas se apercibió de ello, y calculando que tenía hambre me hizo pasar un par de palomas asadas, diciéndome el conductor, que las había hecho cazar para mí. Efectivamente, el doctor Macías fué quien cumplió la orden. Al día siguiente lo supe. Pobre Macías! Ya tendré ocasión de ¡ ocuparme de él. ¡Qué pena me daba verle! No habíamos sido nunca amigos. Pero conservaba por él ese afecto de escuela que muchas veces vincula más á los corazones que la sangre misma. ¡Cuántas veces al través del tiempo, lo mismo en el seno de la patria que en extranjera playa, sean cuales sean las borrascas que hayan azotado el bajel de nuestra fortuna, el título de condiscípulo suele ser un talismán!

Viendo que la charla no cesaba y que amenazaba continuar hasta media noche, según el número de personajes que aun no habían cambiado sus saludos; viendo también que el negro del acordeón andaba por allí y que se preparaba á darnos una serenata, le hice una indicación á mi compadre.

Me contestó que no podía retirarse todavía; que me fuera, que más tarde iría él.

Mariano Rosas estaba en lo más fuerte del entrevero; lucía su remarcable retentiva y hacía gala de sus habilidades oratorias, Le hice una seña, como dicién-