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bunal que no está en este mundo habrá quien les arranque con mano segura el antifaz.

Allí será en vano disimular. Mientras tanto, inclinaos ante sus canas.

¡Quién sabe si cuando lleguéis como ellos al último término de la jornada no habéis incurrido en sus mismas debilidades !

La vida es así. Lo que no se hace por amor debe hacerse por caridad; lo que no se hace por caridad, debe hacerse por reflexión.

Trabajados por opuestos sentimientos y pasiones, caminamos vacilantes, pretendiendo que tenemos confianza en nosotros mismos, y es mentira: todo lo esperamos de los demás.

En las tribulaciones pasamos revista de los que nos pueden ayudar, y dudando ocurrimos á ellos. Y el último de los castigos, es que nos sirvan los que menos obligación de servirnos tienen. Sí, es el último castigo de los hombres sin fe.

Viven quejándose de la humanidad, y ella está siempre presente ahí para socorrerlos en todo, con su bolsa, su sangre, y su vida. La misma blasfemia se escapa siempre de sus labios; haz bien y espera mal.

¡Qué ingratos somos !

La mano que ayer recibió nuestra limosna generosa, mañana nos desconocerá, quizá. ¡Pero cuántos hijos pródigos no se cruzarán por nuestro camino!

El equilibrio social estaría perturbado si las cosas pasaran de otra manera. Y Dios que ha echado á rodar los mundos en los espacios sin fin, para que giren eternamente sin chocarse jamás, ha querido que la ley consoladora de la solidaridad nunca sufra tampoco perturbación alguna.

En buena hora; no esperéis el bien de aquel que re-