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pudiéramos penetrar en los abismos del mundo psicológico, como alcanzamos con el telescopio á las más remotas estrellas!

¡Si pudiéramos descomponer los rayos de la mirada del hombre, como el espectro solar descompone los rayos del gran luminar! Si pudiéramos sondar el corazón, como los bajíos tempestuosos del mar.

¿Seríamos más felices?

¡Más felices !...

¿Somos acaso felices?

Si constantemente hablamos de la felicidad, es porque tenemos idea de ella.

Definidme, pues, lo que es.

Quiero saberlo, necesito saberlo, debo saberlo, es mi derecho.

Sí, yo tengo derecho á ser feliz, como tengo derecho á ser libre. Y tengo derecho á ser libre, porque he nacido libre.

¿Qué es la libertad?

¡No es el poder de obrar, ó de no obrar, no es la facultad de elegir; no es el ejercicio de mi voluntad consciente, reflexiva, deliberada, calculada, espere daño ó bien?

¡Os atrevéis á tacharme la definición!

¡Qué me vais á decir?

Que no es jurídica: ¿por qué la libertad es el poder de hacer lo que no daña á otro?

Os advierto que no hablo como un legista, sino como un filósofo, y os admito la diferencia.

Convenido; la libertad es eso, mi derecho corriendo en línea parelela con el vuestro una abstracción susceptible de asumir una fórmula gráfica.

—A mi derecho:

—A vuestro derecho: