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todo, exclamé interiormente, y me dejé trenzar la barba, tomando la precaución de darle la espalda á la entrada del toldo, no fuera á pasar Camilo, viera la señal y se largara para la Villa de Mercedes, llevándole un parte falso al general Arredondo.

Estaba en ascuas; los caballos debían llegar de un momento á otro y con ellos Camilo, quién según la consigna no me veía hacía días.

Darle aviso de lo que acontecía era imposible. El indio no me dejaba salir del toldo. Un hombre achumado es más pesado y fastidioso que una mujer enamorada celosa.

La res que había mandado pedir mi compadre llegó, y me sacó de apuros. Preguntáronle si la carneaban, contestó que sí, y me hizo decir: que cuando gustara podía mandar ensillar.

Me levanté, y destrenzándome la malhadada pera, salí del toldo, á pesar de los repetidos, «no se vaya, amigo», del indio.

Tres trompas tocaron llamada, y algunos momentos después comenzaron á llegar grupos de jinetes, montando buenos caballos y vistiendo trajes de gala.

Uno de ellos tenía uniforme completo de teniente coronel y la pata en el suelo.

Mi gente estaba pronta. Arrimaron las tropillas y ensillamos.

Me despedí tiernamente de mi ahijado. ¡ Extraños fenómenos de la simpatía, el chiquilín lagrimeó!

Montamos y partimos al gran galope en dispersión.

El cuarterón iba con nosotros y el perro del toldo de Baigorrita le seguía.

Por el camino se incorporaron varios grupos de indios, y cuando llegábamos á las alturas de Poitaua era la tarde ya.