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— 120 Oyendo que se ocupaban de él, se marchó; el perro le siguió.

Había encontrado un hombre que parecía indio, que hablaba una lengua que conocía y se había adherido á él por gratitud.

Los perros son más leales que los hombres; los hombres más generosos que los perros. El mundo está bien así, mientras no se presente otro planeta mejor adonde emigrar. Pero la raza humana tiene, sin embargo, mucho que aprender de la canina y viceversa.

Me acordé de que ese día era el prefijado para la gran junta. Llamé á San Martín y le hice preguntar á mi compadre á qué hora marcharíamos. Me contestó que cuando ladeara el sol.

Di mis órdenes, se pasó la mañana en preparativos para la marcha, y cuando todo estuvo dispuesto me fuí al toldo de Baigorrita, entrando en él como en mi casa.

Yo observaba movimiento en su gente y tenía curiosidad de saber en qué consistía.

La hora se acercaba.

Mi compadre me vió entrar sin salir de su apatía habitual. Había vuelto á la faena de picar tabaco con la navaja de Rodgers.

En la cara me conoció que alguna curiosidad me llevaba.

Llamó á San Martín.

Vino éste, y le hice preguntar que si todavía no era hora de ensillar.

Me contestó que teníamos bastante tiempo aún ; que de allí á Añancué, línea divisoria de sus tierras, no había más que dos galopes; que ya había mandado traer sus caballos y buscar una res, para que mi gente carneara antes de partir; pero que la res tardaría un rato largo en llegar, porque estaba lejos.