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Me dió las buenas noches y se marchó, entrando en el toldo de Baigorrita.
A ese tiempo, el otro indio que había venido con Caiomuta, y que al apearse del caballo, se había caído, permaneciendo un rato tirado en el suelo, se levantó y preguntó:
—¿Dónde está ese Camargo?
Nadie le contestó.
—Ese Camargo mucho asesino—dijo.
Nadie le contestó.
—¡Mucho asesino !—gritó.
Camargo se despertó, le echó un terno y el indio no replicó.
Así estuvieron más de una hora.
Yo, al fin me quedé dormido.
De improviso me desperté sobresaltado.
Una cosa, blanda, húmeda y tibia pesaba sobre mi cara.