Página:Una excursión a los indios ranqueles - Tomo II (1909).djvu/118

Esta página no ha sido corregida
— 114 —

114 — —¡Mi Coronel—me dijo,—echándome el tufo, acuéstese, acuéstese pronto.

—¿Por qué, hombre?

¡Acuéstese, señor, acuéstese !

—Pero por qué?

—Caiomuta viene muy borracho.

Y esto diciendo, me tomó del brazo y me empujó hacia la enramada en que estaba mi cama.

—Acuéstese, señor—dijo el espía también.

Me acosté volando.

Caiomuta había entrado en el toldo de su hermano y le había despertado.

Hablaban con calor, en su lengua. Yo nada com prendía. Estaba tranquilo; pero receloso.

De repente un hombre tropezó en mis piernas y se cayó encima de mí.

—¡Eh !—grité.

—Dispense, señor—me dijo Camargo, reconociendo mi voz.

—¿ Qué haces, hombre?

—Cállese, señor—me contestó en voz baja.

Y arrastrándose en cuatro pies, le vi acercarse al toldo de Baigorrita, quedando bastante cerca de mi cama para poder conversar sin alzar la voz.

—¡Qué indio tan pícaro!—me dijo.

—¿ Qué hay?

—Le dice á Baigorrita, que lo quiere matar á usted.

—¿Y mi compadre qué dice?

—Le ha dado una trompada y le ha dicho que se atreva.

En ese momento, Baigorrita gritó: ¡ San Martín !

Camargo se reía, apretándose la barriga y me decía:

¡Ah! ¡ indio malo! no se puede levantar de la trompada que le ha dado el hermano.

Toma, por pícaro. ¿Sabe, señor, que me han robado