Página:Una excursión a los indios ranqueles - Tomo II (1909).djvu/116

Esta página no ha sido corregida
— 112 —

nuestra moral, ¿sería yo mejor que ese hombre ? me pregunté por segunda vez.

Si no fuera el miedo del castigo, que unas veces es la reprobación y otras los suplicios de la ley, ¿sería yo mejor que ese hombre ? me pregunté por tercera vez.

( No me atreví á contestarme. Nada me ha parecido más audaz que Juan Jacobo Rousseau, exclamando:

Yo, sólo yo conozco mi corazón y á los hombres. No soy como los demás que he visto, y me atrevo á decir que no me parezco á ninguno de los que existen. Si no valgo más que ellos, no soy como ellos. Si la Naturaleza ha hecho bien ó mal en romper el molde en que me fundió, no puede saberse sino leyéndome. » Eché la última mirada al fogón.

El cuarterón atizaba el fuego maquinalmente con una mano, y con la otra acariciaba al perro flaco, que apoyado sobre las patas traseras dobladas y sujetando con las delanteras estiradas un zoquete, en el que clavaba los dientes hasta hacer crujir el hueso, miraba á derecha é izquierda con inquietud, como temiendo que le arrebataran su presa. Una llama vacilante iluminaba con cambiantes de claro—obscuro la cara patibularia. Me dió lástima y no me pareció tan fea.

Hacía fresco.

Me acerqué á él y le pregunté :

—¡No tienes frío?

—Un poco—me contestó,—mirándome con fijeza por primera vez, al mismo tiempo que le aplicaba una fuerte palmada á su protegido, que al aproximarme gruñó, mostrando los colmillos.

Una calma completa reinaba en derredor; todos dormían, oyéndose sólo la respiración cadenciosa de mi gente.

La luna rompía en ese momento un negro celaje, y eclipsando la luz de las últimas brasas del fogón, ilu-