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Aquellos compañeros auguraban ya lo que serían más adelante algunos de la infantil decuria. ¡Cuántas traiciones y debilidades no denunciaron nuestros planes! ¡Cuántas cobardías no los hicieron fracasar!

¡ Hasta espías había entre nosotros pagados por el celo maternal! ¡Ah! ¡ los niños, los niños! Los niños de hoy han de ser los hombres del porvenir.

Tomad nota de sus buenas y malas cualidades, de sus arranques de cólera, de su; ímpetus generosos.

Porque más tarde ó más temprano, ellos serán comerciantes, sacerdotes, coroneles, generales, presidentes, dictadores. El fondo de la humanidad persiste hasta la tumba. El barro del Océano nada lo remueve.

Me allegué al fogón, saludé dando las buenas noches, se pusieron todos de pie, menos el cuarterón, me hicieron lugar y me senté.

El espía había referido su vida con una ingenuidad v un cinismo que revelaban á todas luces cuán familiarizado estaba con el crimen. Robar, matar ó morir habían sido lo mismo para él.

—¿Con que conoces al coronel Murga?—le pregunté.

—Sí, le conozco—me contestó.

Pero no cambió de postura, ni se movió siquiera.

Conocía el terreno; sabía que allí éramos todos iguales, que podía ser desatento y hasta irrespetuoso.

—¿Y qué cara tiene?

Me describió la fisonomía de Julián, su estatura.

—¿Dónde le has conocido?

—En Patagones.

Me explicó á su modo dónde quedaba.

—¿Y cómo has ido á Patagones?

—Por el camino.

—¿Por qué camino?

—Por el que sale de lo de Calfucurá.

—¿Y cuántos ríos pasaste?