Página:Una excursión a los indios ranqueles - Tomo II (1909).djvu/107

Esta página no ha sido corregida
— 103 —

go por mi mente en ese instante, y viéndola tan bella me ruboricé de mis pensamientos y de no haber hecho hasta ahora nada grande, útil, ni bueno por ella.

Mandé ensillar un caballo, y me fuí á visitar á Caniupán.

Galopé media hora y llegué á su toldo.

Iba á echar pie á tierra, San Martín que me acompañaba, me dijo: todavía no, señor, la costumbre es otra.

Salió un indio del toldo, y haciendo callar los perros que habían sido los heraldos de nuestra aproximación dijo:

—¡ Buenas tardes, hermanos!

—Buenas tardes contestó San Martín.

—¡No quieren apearse?—añadió.

—Vamos á hacerlo—repuso San Martín.

Y dirigiéndose á mí: ahora es tiempo, señor, apéese, me dijo.

Quise avanzar y me detuvo.

El indio dijo:

—Pase adelante.

—Vamos, señor—me dijo San Martín contestando.

—Ya vamos.

Quise manear mi caballo y San Martín me dijo:

todavía no.

— ¿ Por qué no atan los caballos?—dijo el indio.

—Vamos á hacerlo contestó San Martín.

Y dirigiéndose á mí, me dijo: atemos, señor, los caballos y entremos.

Los atamos y entramos en el toldo.

Caniupán estaba sentado, se levantó, nos recibió con gran agasajo y nos hizo sentar .

— Viene á quedarse?

—No, vengo por un rato—le contesté.

San Martín me explicó la pregunta. Si hubiera dicho que sí, en el acto habrían mandado desensillar mi