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que sabía el terreno que pisaba: No ve, señor, si lo que quieren es hacerle creer á Baigorrita que ellos también saben hablar.

No menos de cuatro horas duró la broma aquella.

Pero á poco fueron desapareciendo los grandes dignatarios de la tribu. Por fin nos quedamos tête á tête con mi compadre. Me dijo entonces que todo el Tratado le parecía bueno. Pero que deseaba saber quién le iba á entregar á él su parte. Le contesté que Mariano Rosas era quien debía hacerlo; que tanto él como Ramón lo habían apoderado para tratar. Convino en ello, y terminamos pidiéndome dejara bien arreglado con Mariano, que á su tribu le tocaba la mitad de todo lo que el Gobierno iba á entregar, lo que prometí hacer.

Mi ahijado, el futuro cacique Lucio Victorio Mansilla, no se movió de mi lado mientras duró la conferencia. Viéndolo cabecear le acomodé la cabecita en el respaldo de mi asiento y se quedó dormido. Era hora de siesta. Me acosté sin decirle una palabra á mi compadre y dormí hasta que el desasosiego me despertó.

Mi cuerpo hervía.

Me levanté, salí del toldo y lo dejé á mi compadre fumando y haciéndose expulgar por una de sus chinas.

Cambié de ropa, y en tanto que me vestía pensaba que el plan soñado de hacerme proclamar emperador de los Ranqueles bien valía la pena de aquellos sacrificios.

Murmuré: Lucius Victorius, imperator. Me pareció sonoro. Pero la onomancia me dijo: ¡ loco! Me miré la palma de la mano, consulté sus rayas, y la quiromancia me dijo, dos veces ¡ loco!! Vi cruzar una bandada de loros, observé su vuelo, y la rnitomancia me dijo, tres veces ¡ loco!!!

La visión de la patria cruzó entre una nube de fu>-