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Dijeron que el que se bautizaba entraba en gracia de Dios.

Que Dios era eterno, inmenso, misericordioso; que tenía un poder infinito, que hacía cosas grandes que los hombres no podían comprender; que su voluntad era que todos se amaran como hermanos, que no mataran, que no robaran, que no mintieran; que los que se casaran lo hicieran con una sola mujer; que los que tuvieran hijos los educaran y enseñaran á vivir del trabajo; que para ser buen cristiano era necesario tener presente siempre esas cosas.

San Martín tradujo las razones de los franciscanos, y todos los presentes las escucharon con suma atención.

Mi compadre prometió educar á su hijo en la ley de los cristianos, que no se casaría con varias mujeres, ni con dos, que lo enseñaría á vivir de su trabajo.

Entraron más visitas. Tuvimos una larga conferencia y expliqué el Tratado de paz celebrado con Mariano Rosas.

Todo el que quería me dirigía una pregunta. Baigorrita me hacía decir con San Martín que tuviera paciencia, y Camargo me aconsejaba que no dejara de contestar.

Cuando la interpelación era intermitente, Camargo me zumbaba al oído: diga, señor, cuantas yeguas se dan por el Tratado.

—Pero hombre—le observaba yo,—¡qué tiene que ver la pregunta con eso? Nada, señor, conteste lo que yo le digo; yo le diré después cómo son estos. Era una comedia. Me hablaban de pitos y contestaba flautas.

Y el resultado de cada diálogo era siempre el mismo:

Bueno, lo que haga Baigorrita está bien hecho. Mi compadre agachaba la cabeza en señal de asentimiento; y Camargo me decía entre dientes, como hombre