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Mi compadre explicó lo que significaba entre los indios darle al ahijado el nombre y apellido del padrino.

Era ponerlo bajo su patrocinio para toda la vida; pasar del dominio del padre al del padrino; obligarse á quererle siempre, á respetarle en todo, á seguir sus consejos, á no poder en ningún tiempo combatir contra él, so pena de provocar la cólera del cielo.

El padrino se obliga por su parte á mirar al ahijacomo hijo propio, á educarlo, socorrerlo, aconsejarlo y encaminarlo por la senda del bien, so pena de ser maldecido por Dios.

Eran dos seres que se identificaban por un voto solemne.

Con este motivo me habló del gaucho puntano Manuel Baigorria, manifestando el deseo de que se le diera permiso para que le hiciera una visita.

Le dije que una vez hecha la paz, no había inconveniente en que tuviera ese gusto, si Mariano Rosas lo permitía.

Le agregué que Baigorria no era buen hombre, que había sido mal cristiano y mal indio, que á unos y á otros los había traicionado.

Me contestó que no desconocía mis razones. Pero que al fin era su padrino, que llevaba su nombre y que él no podía dejar de quererle.

Le dije que sus sentimientos le honraban; porque probaban su lealtad, y que le honraban tanto más cuanto que convenía en que su padrino había sido infiel á sus compromisos y á su palabra.

Varios de los visitantes aprobaron mis observaciones.

Los franciscanos á su turno explicaron con manse·lumbre, claridad y sencillez lo que significaba el bautismo.