Página:Una excursión a los indios ranqueles - Tomo II (1909).djvu/102

Esta página no ha sido corregida
— 98 —

guntarme cómo había pasado la noche, y si no se La bían perdido algunos caballos.

Le contesté que había dormido muy bien, que no había ninguna novedad y que así que almorzara iría á hacerle una visita.

Llevó San Martín el mensaje y volvió diciéndome, que mi compadre se alegraba mucho de que hubiera pasado la noche á gusto; que me invitaba á ir á su toldo; que iban á llegar visitas nuevas y quería que me conocieran: que allí almorzaría, si no tenía algo mejor que comer que lo suyo.

Hablaba con San Martín, cuando se presentó un indio con otro mensaje de Caniupán y un regalo. Me mandaba saludar, vivía de allí legua y media, y me enviaba una bola de pataí, pisada con maíz tostado, grande como una bala de cañón de á cuarenta y ocho.

Traté al mensajero como lo merecía, con todo cariño. Le hice algunos regalitos, sacando contribuciones á los oficiales y soldados; le agradecí á Caniupán su atención y le envié una camisa de Crimea que llevaba exprofeso para él, azúcar, tabaco, hierba y papel, prometiéndole visita para la tarde.

En seguida me fuí al toldo de mi compadre. Fumaba tranquilamente rodeado de sus hijos: no se movió, me insinuó un asiento con la sonrisa más dulce y amable, y apenas me había acomodado en él, le dijo á mi ahijado: padrino, bendición.

El indiecito vino hacia mí con cierta timidez; le atraje del todo echándole los brazos, le cogí las manecitas que había unido, obedeciendo al mandato de su padre, le acaricié y le senté á mi lado, contestándole á su bendición padrino, Dios lo haga bueno, ahijado.

La madre, que hablaba español, le preguntó desde el fogón ¿cómo te llamas ?