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UN VOLUNTARIADO REALISTA

seis celdas del piso alto y el refectorio que estaba en el bajo.

Este convento de San Salomó exige de nosotros la mayor atención. Era edificio de muy diversas partes compuesto, y que semejaba una vieja capa de riquísima y descolorida tela, remendada con innobles trapos. Allí había algo del hermoso género ojival que domina en el Principado, resto de bóvedas románicas, puertas churriguerescas, trozos pertenecientes á la insulsa arquitectura del siglo pasado, paredes de ladrillo enyesado, tapias de adobes, muros hendidos, techos que se habían chafado cual sombrero; tragaluces bizcos, rodeados de una especie de marco palpebral hecho con blanco yeso; rejas comidas de moho, tras de las cuales estaban las podridas celosías, por cuyos huecos sólo cabía el dedo meñique de las monjas; vigas que servían de puntales; tapiales modernos que se empeñaban en cubrir huecos ocasionados por el desplome ó abiertos por la bala de artillería; una torrecilla cuya espadaña sólo tenía un esquilón; en suma, era un adalid valeroso combatido por los formidables enemigos que se llaman tiempo y guerra; pero que se defendía bien tapándose sus heridas y remendándose sus desgarrones como Dios le daba á entender, y desafiaba orgulloso á lluvias y vientos, prometiéndose llegar con sus jorobas, tumores, infartos, bizmas y muletas á las más remotas edades venideras.

Estaba San Salomó en un extremo de la