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Entonces, después de andar dos cuadras, se encontró en la calle García. Desfalleciente, con la boca seca, miró a uno y otro lado. A poca distancia y con paso apresurado iba un muchacho de catorce años. Lo siguió.

-¡Pst! ¡Pst! El muchacho se detuvo.

-Hola rico… ¿Qué haces por aquí a estas horas?

-Me voy a mi casa… ¿Qué quiere?

-Nada, nada… Pero no te vayas tan pronto, hermoso…

Y lo cogió del brazo.

El muchacho hizo un esfuerzo para separarse.

-¡Déjeme! Ya le digo que me voy a mi casa.

Y quiso correr. Pero Ramírez dio un salto y lo abrazó. Entonces el galopín, asustado, llamó gritando:

-¡Papá! ¡Papá!