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res propietarias del inmueble en que babitasen, con exclusión de aquellas otras que vivieran en casa alquilada, “porque en la práctica—decian— la mayor parte de ellas, no ejercitando su dere- cho, no manifiestan su opinión ni hacen valer su influencia social, dejando, en cambio, abierta la puerta á los fraudes electorales.,,
Pero la naturaleza humana es igual en todas partes. Nos abstendremos de ejercitar nuestros derechos, pero ponemos el grito en el cielo en cuanto se intenta arrebatarnos la menor parte de ellos.
Respecto á este punto hombres y mujeres piensan y proceden de igual forma, y el ejemplo de los canadi ses lo prueba una vez más.
Las mujeres de Montreal no se resignaron á sufrir semejante ataque á sus prerrogativas: sin duda, les pareció algo extraña la lógica de no castigar al ladrón, sino al que se ha dejado robar.
El Consejo de la villa había nombrado una co- misión especial para que revisase el censo de la ciudad de Montreal, y uno de sus miembros, mon- sieur Lapointe, lejos de pretender restringir el derecho electoral femenino, propuso que las mu- jeres divorciadas votasen también, como las vin- das y solteras. El Consejo no dió por el momento importancia alguna á esa proposición. Pero los concejales no habían contado con las señoras, las cuales decidieron dar la batalla.
“Cuando llegó el momento crítico —escribía Mme. Gérin Lajoie al colaborador de la Femme contemporaine—convoqué sin pérdida de tiempo una asamblea general de la sección local del Con- sejo de mujeres del Canadá, á fin de que se auto- rizase al Comité de legislación, que yo dirijo, para elevar una súplica á la Comisión del Muni- cipio solicitando que fuera tomada en conside- ración la proposición de M. Lapointe. Nuestra rá-
