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menino á quien se le haya ocurrido pedir que se cierren las puertas de aquéllos á la madre de fa- milia.
Para tratar este punto, que es precisamente el de mayor controversia en los programas feminis- tas, invocaremos la autoridad de un respetable miembro del Instituto, de cuya ortodoxia y espí- ritu altamente conservador no es posible dudar. M. Henri Joly, que es á quien nos referimos, es- cribía en la Quinzaine (1) al día siguiente de ha- ber celebrado sus sesiones el Congreso de la Unión de la paz social, consagrado á las cuestio- nes feministas. “¿Nos atenemos al sistema “meta- físico, que considera la personalidad garantida por un derecho igual para todos, de tal suerte que entre un homore científico, un industrial, un filó- sofo y un analfabeto no existe diferencia alguna, y sus votos pesan igualmente en los destinos del país? Pues, entonces, cabe preguntar: ¿Por qué se excluye á la mujer? El sufragio no puede ser universal si no votan todos los individuos; apar- te de que si la ley electoral prescinde de las des- igualdades convencionales creadas por la ciencia y la fortuna, no es lógico invocar una que se fun- da solamente en la diferencia de sexo. La distan- cia que puede haber entre un elector Aó B to- mado al azar y una mujer de la clase media es seguramente menor que la que existe entre un académico de la lengua y un vagabundo ó un golfo.
¿Se quiere, en cambio—añade M. H. Joly, — organizar el sufragio universal por gremios ó gru- pos de profesiones, para que el voto sea no so- lamente individual, sino corporativo, de los que están unidos por intereses comunes, y se les
(1) Del 15 Agosto 1901:
