INICIATIVAS FEMENINAS 155
darse tras la autoridad—ó la debilidad—del padre.
Otro ejemplo. Un padre, cuando vuelve de su trabajo, no quiere encontrar en su casa más que recreo y distracción; cede á todos los caprichos de los niños, juega con ellos, todo se lo pasa, y deja exclusivamente á la madre el papel de re- prenderlos y castigarlos. Nada tiene de extraño que él sea objeto de todas las caricias y prefe- rencias, con grave detrimento de la labor educa- dora de la madre, que, por lo mismo que está siempre con ellos, no debe ni puede tolerar lo que el padre está dispuesto á sufrir durante los instantes que para en la casa.
Pero las mejores cosas tienen á veces sus lu- nares. Tal ocurre con la educación maternal, que, por el exceso mismo de sus cualidades, tiene el peligro de convertir al niño en una verdadera sensitiva.
El chiquitín, por ejemplo, se coge un dedo contra una puerta ó una cómoda: la madre, toda emocionada y lloriqueando, le toma en brazos. “¡Ven, ángel mío! ¡Te has hecho daño, pobre ga- tito!, Y siguen á ésta todas las metáforas pro- pias del caso, desde el perro al conejo, pasando por toda la gama de los animales domésticos. El niño, que desde el primer instante no pensó ya en su pellizco, al ver la inquietud maternal no tarda en contagiarse: cree verdaderamente que debe llorar, y, ni corto ni perezoso, derrama un Océano de lágrimas por un mal completamente imaginario.
Las madres (y ésta fué también una de las con- clusiones acordadas en la reunión del Círculo de educación familiar de Charonne) deben con- vencerse de que ante el dolor no hay más que dos actitudes educativas: remediarlo, mientras sea posible, y resignarse, cuando no tenga reme- dio.