154 CIENCIA Y ACCIÓN
contentaremos con indicar, según ese resumen, algunas de las ideas allí formuladas. Ciertamente que será de admirar el carácter práctico de aque- llas discusiones familiares, y se comprenderá el gran beneficio que pueden hacer á las honradas gentes que en ellas tomaron parte.
La obra de la educación exige una perfecta in- teligencia entre el padre y la madre: aunque so- bre ciertos puntos haya entre ellos divergencia de opinión, es preciso evitar á todo trance que los hijos se enteren.
n solas, en sus conversaciones intimas, es donde el padre y la madre deben discutir sobre aquello en que con relación á los hijos piensen de distinto 1odo; pero cuidando, repetimos, de que los niños no adviertan de esas afectuosas con- troversias; porque con ello se debilitaría consi- derablemente la autoridad de los padres.
La educación de los pequeñuelos, y aún la de los mayores, especialmente en la clase obrera, suele estar á cargo de la madre, pues ocupado el padre largas horas fuera del hogar, no puede vigilar sino desde bien lejos á los seres á quie- nes su trabajo proporciona el pan cotidiano. Tiene que limitarse las más de las veces á apo- yar con su autoridad la de la madre, y vuidará mucho de no desaprobar delante de los hijos los castigos por aquélla infligidos, ni de contrarres- tar con su actitud los deseos de la madre.
En este respecto hay varias maneras de obrar torpemente. La madre ha creído deber imponer un castigo: el marido entra en aquel momento, encuentra llorando al niño, y sin enterarse de nada, exclama: “¡Es ridículo estar á cada instan- te regañando á los niños! ¡Tiempo tienen de lle- gar á ser juiciosos!, El chiquitín no esperará á que lo repitan, y en la primera ocasión en que la mamá intente castigarle, sabrá muy bien escu-